domingo, 16 de diciembre de 2012

miércoles, 19 de septiembre de 2012

domingo, 9 de septiembre de 2012

TAL COMO ERAMOS. TITULO DE FAMILIA NUMEROSA






Ttitulos familia numerosa de la Familia RODRIGUEZ VADILLO. de Valle de Mansilla. León.

el primero es del años 1963, y estabamos todos, Tori, Dosi, Conchi, Nines, Lemi y Tici. (aunque puede que haya alguna suplantación de personalidad...)

el segundo es del año 1980. seguiamos siendo familia numerosa.

domingo, 2 de septiembre de 2012

EL MOLINO DE VALLE DE MANSILLA



VIEJOS OFICIOS

“Nunca se deja de ser molinero aunque ya no haya molinos”

Flavio de la Puente restaura el viejo molino familiar de Valle de Mansilla
MAURICIO PEÑA
F.Fernández / Valle de M.
Flavio de la Puente, molinero, hijo, nieto y biznieto de molineros, lleva varios meses en los que su principal ocupación diaria es irse al viejo molino de la familia para restaurarlo, pared a pared, pieza a pieza, y echarlo de nuevo a andar, que vuelva a moler si hay quien quiera meter trigo y sacar harina.
- ¿Ahora que estás jubilado te metes a restaurar el molino?
- Estoy jubilado, pero un molinero no deja de ser molinero aunque no quede ni un molino moliendo en toda la provincia ¿Cómo les llama todo el mundo a los hermanos de Carbajosa que quedan cuando llegan a los corros de lucha?
- Los molineros.
- Pues eso.
Lo dice con orgullo de molinero y de luchador, que las dos cosas fue (y destacado) Flavio de la Puente, ‘el molinero del Valle de Mansilla’. Ya ha dado muchas muestras de su pasión por su vieja profesiónpues antes de ponerse a restaurar el molino de la familia había ido haciendo una maqueta a escala de un molino. Muchas horas de trabajo para un resultado espectacular, “tal y como es en realidad y eso que lo hice de memoria, sin tener que mirar ningún plano porque lo que has hecho toda la vida lo llevas en la cabeza mucho mejor que ningún plano”. Esta maqueta puede contemplarse en el Museo Etnográfico Provincial de Mansilla, al que se lo cedió.
- Pero esto ya es otra cosa. Es un molino, de verdad. Antes era de más hermanos, pero ahora que ya se lo compré tengo mucha ilusión puesta en él, se llamará El Molín de Marco, que es mi nieto y la alegría de mi vida.
- ¿Y para qué quieres ponerlo en funcionamiento?
- Para el que lo quiera ver, que en unos años no va a quedar ninguno en la provincia. Y para entretenerme. Y para ir a merendar, que está en un lugar privilegiado, en medio de la chopera. Abres la ventana y escuchas el agua del río, ves a los pescadores... El entorno es privilegiado.
Y los recuerdos numerosos. Flavio nació molinero y él repite que nunca ha dejado de serlo. Mientras hablábamos de la maqueta que acabó en el Museo Flavio hizo una promesa. “Yo siempre fui molinero y lo sigo siendo. Es verdad que tuvimos que dejar el viejo y trabajar con uno eléctrico pues el de la familia se quedó sin agua cuando hicieron la concentración parcelaria. Pero te digo una cosa,me he quedado con la parte de los hermanos del molino viejo y lo voy a volver a echar a andar, no sé cuando, pero un día te llamo para que veas como arranca otra vez aquel molino, te lo dice Flavio El molinero”.
Y ya me llamó. Ya está todo preparado. Le faltan remates y detalles pero la vieja maquinaria del molino ya está a punto para que quien quiera pueda ir a ‘leer’ en sus paredes la historia de generaciones de molineros escrita por el último de ellos, Flavio, quien reflexiona sobre el tremendo bajón que ha pegado esta profesión en una provincia donde no se puede ni imaginar los puestos de trabajo que ha creado. “Casi en cada pueblo había un molino ‘grande’, en muchos sitios había varios molinos de los que llamaban comuneros, de varios vecinos... En esta comarca mía en los últimos años ya sólo quedaba yo. lo de la concentración parcelaria fue terrible para los molineros, acabaron los molinos. Destrozan los canales y sin agua mal que haya molinos. También nos hizo daño cuando dejaron de limpiar las presas para el riego de los huertos, que venía muche menos agua por ellas”.
Y pone otro curioso ejemplo de la importancia de los mineros acudiendo al otro campo en el que Flavio de la Puente es muy recordado, la lucha leonesa. “Había molineros luchadoresen los corros de toda la provincia. El de Garrafe tuvo siete hijos ytodos fueron molineros, desde el de La Roma de Villaquilambre hasta los hermanos de Arcayos; los de Carbajosa que decíamos antes, eran otros cuatro o cinco y luchador era el padre; aquel de La Mata de la Riba que fue el primero que pesaba más de cien kilos... en fin, por todos los lados, y no queda nadie”.
Lo dice con mucha pena pues él fue molinero contra viento y marea. Es cierto que viene de familia de molineros pero, como ocurre tantas veces, en su casa querían otra cosa para él. “Fue molinero mi padre, lo fueron los abuelos, el bisabuelo... Siempre aquí, en el Valle, y en otros molinos de la comarca, como en Villiguer y en Villacontilde, pero me mandaron para el Colegio Leonés, y no es que se me dieran mal los estudios, es que yo quería ser molinero y con trece añosdije que me quedaba en casa para ir al molino, era feliz allí. Mi padre no entraba mucho por el aro y para que me cansara y se me pasara la afición que tenía por el molino me llevaba con él, antes de amanecer, cuando se levantaba él, a las tres o las cuatro de la mañana. Y a mí más me gustaba, no me daba pereza, yo con tal de ir al molino”.
Y tuvo que ser molinero.
Y, como buen molinero, excelente luchador, de los grandes de este deporte. Tanto que “pese a entrar en medios, Olegario Cascosme mandaba para pesados”.

lunes, 25 de junio de 2012

35 ANIVERSARIO AAVV LOS COMUNEROS




La Asociación de Vecinos "Los Comuneros", de el Barrio la Victoria, de Valladolid,  hace una exposición de carteles, fotografias y documentos, ya que conmemora el 35 aniversario de su fundación.
Para el cartel anunciador ha elegido dos fotografías, un programa de los talleres populares, un programa de fiestas, una hoja manuscrita, memorandun de la Asociación, y una hoja del libro de actas.
Dicha hoja corresponde al acta de una reunión, y esta redactada y escrita por mi, en la época en que fui secretario de la _Asociación. Me congratula que aparezca mi letra en los carteles.
Es nuestra historia, hay está.


domingo, 29 de abril de 2012

M O N O      N E U R O N A L












EL MONO NEURONAL APARECE EN LA PAREDES
PERSONAJE  SERIO,  TRAJEADO Y CON UNA ENORME PISTOLA EN LA MANO
VALLADOLID  28 ABRIL 2012

sábado, 17 de marzo de 2012

JONAS PEREZ, ESCULTOR DE VALLE DE MANSILLA


JONAS PEREZ, ESCULTOR de Valle de Mansilla

Nació en Valle de Mansilla, un pequeño pueblo cercano al padre Esla, a los restos de Lancia y al monasterio de San Miguel de Escalada, hace ya muchos años, tantos que su memoria se niega a veces a recorrer las vivencias de su niñez. «Ochenta años son muchos, sobre todo si durante ellos se ha pasado hambre y han ocurrido cosas tan tremendas como la Guerra Civil, la posguerra o la Segunda Guerra, cuyos ecos y tragedias también llegaron a España», dice Jonás Pérez. Muy bien pudo pasar a la pequeña historia leonesa como uno más de los trabajadores que se rompieron las manos y el alma para poder subsistir. En su caso fue un albañil, un buen artesano capaz de desarrollar con pulso firme la gran variedad de oficios de la construcción. Pero en su interior había más, mucho más. En lo más escondido de su mente Jonás guardaba memoria de unas visiones plásticas que solamente cuando se encontró con el tiempo de más que le dejaba su jubilación, afloró con fuerza. «Siempre me gustó hacer trabajos manuales, tallaba algunas cosas intrascendentes en madera. Después hice alguna incursión en la forja… pero fue cuando me encontré con la piedra cuando decidí que ahí estaba la forma de expresión que había estado buscando durante mucho tiempo».

Y así, desescombrando la piedra, como él dice, quitando todo lo que sobra para encontrar la imagen o la historia que el mineral quiere contar, Jonás se convirtió, sin tener conocimiento de ello, sin intentarlo, sin saberlo, en un escultor, en un gran artista que basa su obra en lo primigenio, en lo que nace de forma torrencial de su alma, del río caudaloso de su memoria genética.

Descubierto por Eduardo Arroyo. Naturalmente hubo un descubridor del trabajo de Jonás. Fue Eduardo Arroyo, vecino suyo en tierras de Laciana. Jonás decidió que Robles de Laciana, en plena montaña, era el mejor lugar para sobrevivir, lejos de las riberas de su nacimiento. «Arroyo me contrató como albañil, para la restauración de la casa que fue de su familia. Allí nos conocimos, hablamos y le comenté lo que hacía en los ratos libres. Vino a verlo y le gustó. Después habló con Luis Martínez y entre los dos han conseguido que mis pequeñas obras lleguen a esta exposición».

Luis Martínez, director de Arte y Exposiciones del ILC, explica así el encuentro: «La primera vez que me acerque al taller de Jonás lo hice de la mano de un gran artista y amigo, Eduardo Arroyo; yo creo que de esto hace algo más de seis años. Nos recibió en la puerta de la finca con un mono azul desgastado y marcado por el trabajo, me observó con una mirada directa e intuitiva en la que descubrí de forma inmediata el sosiego, la paz y la sinceridad de un hombre bueno, que se siente ilusionado y agasajado por nuestra visita. Ascendimos lentamente la cuesta del huerto que lleva hasta su pequeño museo, un barracón con un espacio reducido, donde de forma anárquica se distribuían por las paredes y suelo, unas obras que de forma inmediata me impactaron y sobrecogieron».

Jonás, aunque su gran ilusión es tallar una gran piedra de granito gallego de Porriño, se limita a trabajar sobre lo que encuentra en su entorno, piedras de diferentes cualidades y calidades, incluso cantos rodados.

Un pueblo de artistas. Asegura el veterano artista que en este pueblo, en Robles, él no es un caso único, «Aquí hay muchos artistas, sobre todo dedicados a trabajar la madera, si subes un día cualquiera por la calle principal del pueblo oyes un concierto de radiales. Aquí hay muchísimos artistas. Quizá por eso no hacen caso a mis obras, solamente Arroyo se ha interesad por ellas. Y otra gente como Víctor Manuel y Ana Belén, que me compraron una, o la mujer de Úrculo, a la que regalé una pequeña escultura. Pero siempre de lejos del pueblo».

Dos de las obras que Jonás Pérez expone en el Centro Leonés de Arte, en el palacete de la avenida Independencia.


Jonás Pérez tiene una obra enormemente variada en la que refleja lo que ve: las flores, los animales domésticos, el oso y la cigüeña, o personajes llenos de sensualidad e, incluso, con claras connotaciones sexuales. Venus emparentadas con las de los creadores prehistóricos, bustos que recuerdan las joyas de Mesopotamia, Egipto, Grecia o Roma… pero siempre con su nota personal, con una claridad y una sencillez que las hacen únicas. «Creo que los personajes que esculpo están contentos de que los haya hecho. A veces creo que me miran con cara de satisfacción, no sé lo que dirán ahora en estas salas tan lujosas, lejos de mi cobertizo». Para Luis Martínez, los trabajos de Jonás poseen unas características muy especiales. «Su sistema de trabajo determina en cierto modo el lenguaje primitivo o naif, aunque este término no creo que sea el más adecuado, en las piezas de Jonás Pérez. Se trata de un artista arcaico que se sitúa en pleno tránsito entre el siglo XX y el XXI, justo cuando se alcanza el máximo desarrollo de las tecnologías y al mismo tiempo su aplicación más intensa en los procesos de producción artística, llegándose a situaciones extremas en las cuales el creador niega plenamente el procedimiento de realización manual o producción directa y se aleja de la formalización de la obra, considerando que el acto de creación está únicamente en la elaboración de bocetos, maquetas o proyectos. Por el contrario Jonás deja que sus manos cuenten todo lo que desde hace muchas décadas el artista conserva en su privilegiada memoria».

sábado, 21 de enero de 2012

el cuerpo sin organos. jose luis pardo

Turismo siniestro

14 de enero de 2012

Quienes conozcan la obra de Michel Foucault sabrán de la importancia que el pensador atribuía a la llamada penitenciaría del Estado de Pensilvania (Filadelfia), construida en 1829 por el arquitecto John Haviland como paradigma de cárcel moderna, con pretensiones de reforma moral de los reclusos y según un modelo que sería imitado en todo el mundo. Allí se documentaron Dickens o Tocqueville y, entre otros huéspedes ilustres, Al Capone vivió entre sus góticas paredes. Aunque se basaba en el sistema de aislamiento (debido a la creencia en que, obligados a convivir únicamente consigo mismos, los condenados reflexionarían sobre su pecaminoso pasado y se convertirían en honrados feligreses), en lo que hoy queda de ella puede verse aún, algo desvencijada y ruinosa, la en otro tiempo amenazadora torre central que permitía a los centinelas tener bajo vigilancia visual todo el entorno de la prisión: su alargada sombra nos lleva a pensar inmediatamente en el Panóptico, esa invención genial de Jeremy Bentham en la que Foucault vio el emblema de unas sociedades, las modernas, caracterizadas por un ejercicio del poder político apoyado en un análisis sistemático y exhaustivo de los espacios urbanos controlables.

EL PAIS (JOSÉ LUIS PARDO).* - Los inabordables muros del edificio y las gruesas paredes de las celdas, con su despiadada rigidez separadora, obedecerían, según Foucault, al mismo principio que durante los siglos XIX y XX, "analizó" el espacio interior de las viviendas populares, creando habitaciones diferenciadas -el cuarto de los niños, la alcoba conyugal, el baño, la cocina, el comedor, la sala de estar- donde hasta entonces no había más que un espacio único en el que coexistían todas las tareas, personas y funciones del hogar. Esta misma maciza solidez analítica habría organizado los demás "espacios" de la ciudad moderna: hospitales, escuelas, fábricas o cuarteles, según un régimen ideal de visibilidad y divisibilidad que garantizaría la eficacia de las operaciones, la claridad y distinción de las instituciones y la sumisión de los individuos a sus leyes.

Mucho podría decirse, sin duda, de la siempre excesiva distancia que separa los ideales de sus realizaciones, pero quizá sería vano hacerlo ahora, cuando de los unos y de las otras quedan solo los escombros. El caso es que la prisión de Filadelfia, obsoleta entre otras cosas debido a la superpoblación de encarcelados, cerró sus puertas en 1971, como anunciando la llegada de otros tiempos, y hoy es algo parecido a un museo. Si se recorre en un día apropiadamente nublado de noviembre -como yo tuve no sé si la suerte o la desgracia de hacerlo- es posible aún sentir algún escalofrío al pasar por las celdas de castigo, por el corredor de la muerte (la expresión inglesa, Death row -los que hacen cola para ser ejecutados- siempre me ha parecido más precisa y horrible) o por la barbería, pero las húmedas y desconchadas galerías son ahora frecuentadas por unas multitudes bien distintas, las que practican eso que ha dado en llamarse turismo siniestro y que son la otra cara de las que llenan la Capilla Sixtina o el Museo del Louvre; si estas últimas buscan la belleza (o la foto autentificadora que, como decía Walter Benjamin, tritura el aura sagrada que en otros tiempos recubría a las obras de arte multiplicando su imagen y difundiéndola hasta el infinito), es difícil saber lo que buscan las primeras (¿La foto grotesca de la fealdad? ¿El alimento de la buena conciencia diciéndose lo brutales que eran nuestros antepasados frente a nuestro refinado humanismo?). Si uno tiene menos suerte, la visita puede coincidir con alguna instalación artística (pues la vieja cárcel también es una galería de arte: sobre esta curiosa convergencia se puede leer la novela de Fernando Sánchez Pintado Performance, en Ed. Barataria); y, si es Halloween, hay un espectáculo llamado Terror tras los muros que, supongo, hace las delicias de los más jóvenes, habituados a jugar a asustarse como los turistas siniestros y, también como ellos, a convertir el pasado histórico en ocio programado. En cualquier caso, el asunto mueve a preguntarse si hay que ver en un cambio de esta clase -ruina, "cultura" y diversión donde antes hubo disciplina, miedo y poder- un signo sintomático de nuestra época, en la que, como advertían Marx y Engels y hoy remacha el sociólogo Zygmunt Bauman, todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado se profana y todo lo rígido se derrite, igual que en otro tiempo se fundían las vajillas metálicas del Imperio Austro-Húngaro para alimentar la producción de cañones bélicos, aunque hoy día se trate más bien de los cañones de proyección para ordenadores con Power Point, cuya imagen líquida devora todo lo que alguna vez fue visión o palabra y lo regurgita incansablemente como hacen los monos en el Zoológico con las cortezas que mastican, según la imagen que Josef Winkler suele utilizar para designar el "lenguaje universitario".

Sería, en verdad, absurdo y miserable experimentar nostalgia ante una modernidad sólida que a menudo se forjó con las cadenas de un infernal encierro, como el que sufrían los reclusos sometidos al aislamiento; pero sería igualmente pretencioso e ingenuo creer, como creen los turistas de lo siniestro, que la levedad y la fluidez de nuestra vida social actual es más civilizada o más humana que la de nuestros padres o abuelos. Los Dickens y los Tocquevilles que hoy están en ciernes, sin duda, ya se deben estar documentando en otras clases de infiernos propios de nuestro tiempo, que ha elevado la comunicación al mismo nivel de superstición salvadora que tuvo ayer el aislamiento (como si las virtudes ciudadanas emanasen de la fibra óptica), y que va poco a poco sustituyendo la antigua vigilancia de los poderes públicos -hoy tan erosionados como la torre de Filadelfia- por la penetración de los privados. Pues si hay una violencia en la "separación" de espacios y habitaciones que constituyen las viviendas, no es menos angustioso el modo como las nuevas casas, las verdaderamente adaptadas a nuestro tiempo, prescinden de paredes, muros y distinciones rígidas, dejando al inquilino en la indefinición de un espacio tan completamente descualificado y abstracto como el dinero en el que se cuenta su valor y, como él, perfectamente intercambiable por cualquier otro espacio. La privatización, la despolitización, la miniaturización, la deslocalización, la flexibilización o la impermanencia que definen los nuevos estilos de vida que se van imponiendo entre la resignación y el entusiasmo, ¿son en verdad procesos ilimitados? ¿Hasta qué punto es posible externalizar los servicios de una empresa o de una familia sin que deje de ser una empresa o una familia? ¿Hasta qué punto se pueden reducir las dimensiones de un empleo sin que deje de ser un empleo? ¿Hasta qué punto puede un Estado ceder su soberanía a terceros sin dejar de ser un Estado soberano? ¿O bien no hay límite alguno, y ni siquiera la injusticia, el sufrimiento o la muerte pueden poner obstáculos a este proceso mundial de fluidificación? Es posible que llegue un día en el que unos grupos de turistas morbosos recorran las ruinas de nuestras ciudades desurbanizadas como hoy recorremos nosotros la penitenciaría de Pennsylvania, sintiendo una mezcla de compasión por quienes vivíamos en ellas y de satisfacción porque ellos ya no tendrán que hacerlo.

Mientras esperamos ese momento, dejemos que los niños sean los únicos que se crean que el terror está solamente al otro lado del muro, y aprendamos a mirar a nuestra época con más piedad por nuestros semejantes -los que nos acompañan en el viaje sin que quede una isla del diablo en donde depositar a los que sobran-, con menos complacencia antropológica, porque no se trata de adaptarnos a las circunstancias a cualquier precio y de cantar las alabanzas de cada novedad como si fuese una tierra prometida, a veces las circunstancias son inmundas y tenemos el deber de decirlo y de intentar cambiarlas; y con mayor exigencia crítica, con mayor atención a los nuevos miedos y las nuevas penas generadas por la ausencia de rigidez y la flexibilidad.

Porque, así como ahora nos parece increíble que se viera en aquellas cárceles decimonónicas un monumento a la virtud, quienes más ridículos resultarán para los futuros turistas de lo siniestro serán los que hoy ven en la fluidez ilimitada la salvación de todos los males, empezando por aquellos que son radicalmente irremediables.

* José Luis Pardo es filósofo. Su último libro es El cuerpo sin órganos. Presentación de Gilles Deleuze (Pre-Textos)