Para mí, todas las ciudades y países se dividen entre un
norte rico y un sur pobre. Luego ya investigué un poco mirando en Google Maps y
me enteré de que el Tibidabo no estaba al norte y que la Barceloneta no era el
sur como yo pensaba, pero no pasa nada. Cuando dejé Barcelona, los modernillos
ya habían devorado el Raval y los turistas, el Born. Para mí, los pijos siempre
han estado atrincherados por la zona de Sant Gervasi-Sarrià, y eso que hay
muchísimas cuestas. Todo hace prever que Gràcia será la siguiente en caer, si
no lo ha hecho ya, porque eso de que se hayan prohibido los conciertos en el
Heliogàbal desde el ayuntamiento de Ada Colau es un asunto muy serio. Una cosa
que no me gusta nada de Barcelona es cómo ha gestionado todo el tema del
turismo: se ha entregado totalmente, se ha bajado las bragas con el Posa't
Guapa y, para mí, dejó de ser una ciudad habitable definitivamente el día que
abrieron un hostel para ingleses borrachos en la calle Peril, un hostel que
permitía el acceso al gimnasio municipal de la calle y ahí estaba yo,
hundiéndome en una piscina pública llena de guiris jugueteando.
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