CELDAS DE ARCILLA Y ORACIÓN
PILAR INFIESTA DIARIO DE
LEON
30/12/2016
La
primera sorpresa es respirar una mezcla de trigo y tomillo. La segunda, oir el
bullicio lejano del Esla o del Torío, levantar la vista a 50 metros del suelo y
descubrir la boca de unas curiosas cuevas de arcilla que sirvieron de refugio
hace quince siglos a los eremitas. Villasabariego, Villacontilde, Valle de
Mansilla y Villaquilambre conservan aún esas viejas celdas de retiro
A escasos kilómetros de León
capital, se abren magníficas, las cuevas eremíticas de San Martín (Villamoros)
y de Valle (Valle de Mansilla), asentadas en los municipios de Villaquilambre y
Villasabariego y rebautizadas ambas como del Moro. Acceder a ellas es rasgar el
silencio, llenar las pupilas de cultivos y arboledas que serpentean junto a los
ríos Torío y Esla. La caminata es corta, pero intensa para superar los desniveles
de las colinas donde se excavaron y reencontrarse con un lugar de retiro y
oración usado en la época visigótica, según la creencia. Pasar del bullicio del
mundo a la soledad de la celda, olvidar el fragor de la batalla por la paz y el
silencio de un cubículo no tuvo que ser fácil para aquellos guerreros de
corazón duro, valor indomable, porte soberbio y pasiones insaciables que se
transformaron, según la leyenda, en monjes piadosos que optaron por ocupar
cenobios austeros. El primer anacoreta renombrado fue el Rey Rodrigo, que se
retiró a las montañas de Portugal, y el último, Carlos I, que se refugió en
Yuste. En el caso de las cuevas de Valle de Mansilla, la historia y las paredes
marcadas por los arañazos y los instrumentos afilados que sirvieron para
dibujar sus pequeñas celdas interiores, demuestran que este enclave tuvo un
gran peso en la conversión de decenas de ‘soldados’. A partir del siglo X, esos
ermitaños comenzaron, con probabilidad, a bajar de sus guaridas y se
organizaron en recintos que dieron lugar a los monasterios medievales. De
hecho, en las inmediaciones de las cuevas se levanta San Miguel de Escalada y
se abre un castro en el que han aparecido columnas, piezas de estatuas, tumbas
y numerosas monedas. Además de los eremitas, las cuevas de Valle han servido de
refugio a los lugareños durante la invasión árabe, como atestigua una
ilustración del Beato de Escalada. En ella se muestra cómo la población local
se escondía en el interior de tres colinas. De ahí, que en la zona se hayan bautizado
como Cuevas del Moro. Los octogenarios del pueblo recuerdan que las cuevas
poseían una gran dimensión al distribuirse en varios pisos. Sin embargo, en la
década de los treinta las estancias inferiores se taponaron para evitar los
resbalones de los pequeños que acudían a jugar en su interior. El Ayuntamiento
estudia la fórmula de promocionar «este curioso patrimonio, testigo de una
época». Según las investigaciones, eremitorios similares y rupestres aún se
conservan en la zona del río Pisuerga, en el medio y alto Ebro, en los valles
del Bierzo, en el occidente de Alava, al norte de la provincia de Burgos y al
sur de Santander.
También el Ayuntamiento de
Villaquilambre quiere promocionar la denominada cueva de San Martín tallada,
probablemente, hace quince siglos en el escarpe de la margen izquierda del río
Torío. Para ello, el PGOU incluye un plan especial de protección de esta ermita
rupestre, que posee una curiosa nave, un arco de herradura y un ábside con
bóveda semiesférica.
Es más, la idea es abrir la ruta
verde que discurrirá junto al río hasta el paraje de cárcabas donde se esconde
la cueva, popularizada como del Moro. Se trata de una estructura subterránea
excavada en las arcillas. Fuera, aún se mantienen varios árboles frutales que,
supuestamente, plantó el eremita para abastecerse de comida. La ruta mejorará
el camino de subida a la cueva.
La cueva consta de dos partes
diferenciadas tanto en planta como en altura. Tras el vano de acceso, muy
desvirtuado por los desprendimientos y la erosión de la ladera, que en parte
están obstruyendo el paso, se abre una sala rectangular de 3,30 x 3,50 metros.
Tras ella un paso más estrecho con arco de medio punto comunica con una sala de
planta ultrasemicircular con techo abovedado que se conforma como un ábside.
Todo ello indica, según los estudiosos, que la cueva fue ocupada por un solo
eremita que la convirtió en una iglesia rupestre con morada y oratorio. En la
obra de Claudio Sánchez Albornoz, Una ciudad de hace mil años, referente a
León, habla ya del monje ermitaño que vivía en la cueva del monte sobre el río
Torío, que está en la localidad de Villamoros. Los redactores del PGOU
reconocen que la escasa visibilidad actual de la zona les impidió realizar
mayores apreciaciones a la hora de elaborar el catálogo arqueológico. Sitúan el
yacimiento en la parcela 13, dentro de un área de monte bajo que se extiende en
16 hectáreas.
Un documento fechado en el año
1006 hace constar que la cueva de San Martín perteneció al monasterio de
Santiago de León, luego fue comprada por Zaben, padre de Gundisalvo, hasta que
huyó de su soledad y las tierras volvieron de nuevo al monasterio. Otras
hipótesis más aceptadas por los investigadores indican que en el siglo VI el
rey suevo Recilano martirizó al prior San Ramiro y a doce monjes del monasterio
benedictino de San Claudio de León. Los cuerpos se han encontrado en las
excavaciones de 1967 a 1969 realizadas en la iglesia paleocristiana de Marialba
de la Ribera. Recilano destruyó Lancia, y los eremitas que vivían en las cuevas
de esa zona y Villacontilde huyeron. También pudo venir a este Coto Redondo un
monje enfrentado con los responsables de San Isidoro y construir su cenobio
rupestre, una costumbre extendida hasta el siglo X y practicada por personas
que llevaban una vida de oración